Bruce Springsteen The Promise: The Darkness On The Edge Of Town Story – Documenta de manera monumental


Bruce Springsteen The Promise: The Darkness On The Edge Of Town Story
Juan Cervera

El trueno (y el rayo) de “Born To Run” (1975) llegó tras dos intentos –“Greetings From Asbury Park, NJ” (1973) y “The Wild, The Innocent & The E Street Shuffle” (1973)– alabados por la crítica, pero escasamente acogidos por la audiencia. Bruce Springsteen se encontró en la cima del rock’n’roll con un álbum de panoramas románticos y héroes más grandes que la vida. Parecía el último de su especie: toda la mitología del rock reescrita con furia, pasión y fiebre. Phil Spector y el Brill Building, soul y carreteras, Elvis, la noche y el amor, Roy Orbison, velocidad, neón y la promesa de una vida mejor. Un sueño del que Springsteen despertaría pronto con un interrogante y una encrucijada. Tenía que decidir entre convertirse en nueva carne para la devoradora máquina del show business o mantener su integridad artística y sus lazos con la comunidad de la que procedía. Optó por lo segundo. Y no fue un proceso fácil. “The Promise: The Darkness On The Edge Of Town Story” documenta de manera monumental –el disco original remasterizado, otro doble de inéditos – esa lucha y ese triunfo.
Con “Darkness On The Edge Of Town” (1978), el de Freehold se hizo mayor y degustó los tragos amargos de la realidad. Los héroes no habían nacido para correr: sencillamente eran seres humanos vulnerables perdidos en el lodo del dolor, la soledad y la lucha diaria por sobrevivir. Le quemaba en la cabeza y lo quiso plasmar en un álbum que no fuera continuista con el anterior. Enredado en una lucha por el control de su obra con su entonces mánager y amigo Mike Appel, sin opciones de entrar en un estudio, se encerró en su granja de Holmdel y dejó aflorar torrentes de música de la que tras un interminable proceso de descartes y reelaboración saldrían los diez cortes de “Darkness On The Edge Of Town”: los versos se hacían más concisos, sin los relatos-río de los anteriores álbumes, la música se replegaba sobre sí misma depurando al máximo la electricidad de la E Street Band –el piano de Roy Bittan es la columna que apuntala el álbum–, pero sin perder su carácter cinematográfico, y los temas se centraban en la desorientación juvenil y en observaciones aparentemente banales del día a día de la clase obrera.

Se grabaron alrededor de sesenta canciones, descartadas en su mayoría por ser excesivamente optimistas o por remitir a trabajos previos, y la secuenciación final fue un tormento (ampliamente documentado en las páginas que reproducen en facsímil su libreta de anotaciones de la época). Y desde el redoble de batería que abre “Badlands” ya se intuye que “Darkness On The Edge Of Town” es una de las grandes “novelas americanas” narradas con música, en línea paralela con la literatura de John Steinbeck o el cine de John Ford, un disco-bisagra donde Springsteen se hizo Autor, con mayúsculas, un Springsteen preocupado por el fondo y la forma en deslumbrante equilibrio, haciendo malabarismos entre la épica de “Born To Run” y “Born In The U.S.A.” (1984) y el ascetismo en blanco y negro presente en “Nebraska” (1982) y “The Ghost Of Tom Joad” (1995). Las canciones hablan por sí solas y las citaremos todas (y en orden): “Badlands”, “Adam Raised A Cain”, “Something In The Night”, “Candy’s Room”, “Racing In The Street”, “The Promised Land”, “Factory”, “Streets Of Fire”, “Prove It All Night” y “Darkness On The Edge Of Town”. ¿Queda claro para qué se inventaron sentencias como “obra maestra”? Para discos como este: escritos e interpretados con las tripas y el corazón, con inspiración y (sana) locura, radiografía sublime de todos los hermosos vencidos que se interrogan sobre el valor de la existencia, retratados en versos y notas de una pureza demoledora. O cuando la música se convierte en guía para entender un poco más el peso de la vida.
“The Promise”, el doble de inéditos de las mismas sesiones, también ayuda a entender “Darkness On The Edge Of Town”: aquí está la versión alternativa, más eléctrica, de “Racing In The Street”, un “Come On (Let’s Go Tonight)” que se transmutó en “Factory”, un “Candy’s Boy” que acabó siendo “Candy’s Room” (uno de los cortes más atípicos y fascinantes de todo el opus springsteeniano). También, la versión en estudio del “Because The Night” que le cedió a Patti Smith (y que esta mejoró, afirmo) y joyas de regusto añejo como “Gotta Get That Feeling” o la enorme “The Promise”, la canción, que parece un apéndice escapado de “Born To Run”. Son en total veintiún temas acreditados más uno oculto (“The Way”). Si tenemos en cuenta que en “Tracks” (1998) se desempolvaron otros seis, todavía quedan archivados un par de docenas de cortes de una de las etapas más fértiles y creativas del Boss: recordemos que el descomunal “The River” llegaría tan solo dos años después, en 1980.

El documental “The Promise: The Making Of Darkness On The Edge Of Town”, dirigido por Thom Zimny, no pasará a la historia del género. Las imágenes de archivo son impagables, pero la narración de los implicados en la gestación del disco es simplemente anecdótica y se pasa de puntillas (y de forma amable) sobre el espinoso affaire Appel. Sin embargo, tiene momentos reveladores: Springsteen confesando que en esa época “no tenía una vida”, lo que le permitió volcarse completamente en la música; o su obsesiva, casi enfermiza, fijación por el sonido de batería que quería para el disco

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El segundo DVD ofrece la interpretación live de “Darkness On The Edge Of Town” en 2009 en el teatro Paramount de Asbury Park, sin público, una decisión conceptual, pero extraña, para respetar la intimidad de las canciones. También, directos en Nueva Jersey, Nueva York y Phoenix del período 1976-78. Y, last but not least, el tercer objeto videográfico recupera el mítico concierto del viernes 8 de diciembre de 1978 en el Summit de Houston. Son ciento setenta y seis minutos de imágenes de calidad discutible pero de sonido torrencial y poderoso: Springsteen en plenitud de facultades poseído por el espíritu del rock’n’roll marcando la pauta de los shows arrebatadores y catárticos que le aseguraban su lugar en el sol de la eternidad.
En época de refritos y camelos que devalúan el valor de las reediciones, esta caja de presentación impecable sirve para algo más que recordar la existencia de un disco referencial para narrar el guión del rock: los añadidos no son retales para hacer caja rápida, sino pedazos de historia que complementan, explican y expanden el mensaje de la obra-madre.

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